domingo, 9 de diciembre de 2012

La memoria por un neurólogo (ficción)


Presentado por Antonio R. Fernández de Molina en la Soirée de lecturas
de la exposición "En esta casa vivieron tres hermanos..."  
Espacio Valverde, 20/11/2008.






        La memoria no es como la veía Platón, algo como una tablilla de cera donde quedarían impresos los recuerdos para siempre. Según esta idea de memoria y adaptada a nuestros días, los recuerdos se guardarían en algún sitio del cerebro, donde quedarían grabados como en la tablilla de Platón, para poderlos recordar cuando fuera necesario.

        Pero no. La memoria no es así. Casi se podría decir que los recuerdos no se guardan en ninguna parte del cerebro, que el cerebro sólo los recuerda. Y es precisamente recordándolos una y otra vez como consigue retenerlos, mantenerlos vivos en la memoria; recordando y recordando sin dejar de recordar. Más aún, no hace falta ningún cerebro para poder recordar, ni tan siquiera una neurona, como nos muestran con gran sencillez los seres vivos más elementales, aquellos que aunque no tienen sistema nervioso, ni neurona alguna, son capaces de sentir, de recordar y de moverse. Valga de ejemplo Escherichia coli, una sorprendente bacteria que coloniza nuestros intestinos y nos ayuda a hacer la digestión.

        Escherichia coli es un organismo de una sola célula, sin núcleo, con una membrana que la envuelve y varios flagelos que le permiten nadar con gran rapidez –por cierto, tres veces más deprisa que el guepardo en proporción al tamaño de sus cuerpos. La superficie de Escherichia coli está salpicada de una variedad de sensores, de unas doce clases diferentes, que no son más que proteínas especiales incrustadas en la membrana que envuelve a esta bacteria y que le sirven para reconocer las principales sustancias nutricias, y también las tóxicas, que hubiera a su alrededor, pues cada tipo de nutriente o de toxina se liga a una clase específica de receptor sensorial, al que estimula. Para que Escherichia coli sepa en todo momento hacia dónde tiene que nadar, ha de interpretar e integrar toda la información de sus receptores sensoriales para tomar la decisión más conveniente. Así, cuando detecta en su ruta un aumento en la concentración de nutrientes, o una disminución de toxinas, es que va por buen camino y sigue en esa dirección. Pero en caso contrario cambia y se va por otro lado. Y si tuviera alguna duda se para un momento y espera, hasta poder establecer un destino apropiado. Ahora bien, para que Escherichia coli pueda detectar durante su ruta un cambio en la concentración de nutrientes o de toxinas en su medio, y tomar el camino más adecuado, necesita cierta memoria que le permita comparar las señales que dan sus receptores sensoriales en ese momento con las que dieron pocos segundos antes, para saber si cada vez hay más o menos nutrientes o toxinas. Esta memoria de Escherichia coli consiste en los pequeños cambios moleculares que se producen transitoriamente en la proteína que forma cada receptor sensorial, así como los cambios transitorios que también se producen en las cadenas y mensajeros químicos mediante los que cada receptor se intercomunica con el interior de la bacteria. Todos estos cambios moleculares transitorios que se producen cada vez que un nutriente o una toxina se liga con  algún receptor, tanto los cambios del propio receptor sensorial como los que éste provoca  en sus mensajeros y en las cadenas químicas del interior de la bacteria, se mantienen durante algún tiempo, el tiempo durante el que Escherichia coli podrá recordar qué sintió ese receptor. De esta manera, con sus diferentes sensores o receptores sensoriales y con la maquinaria bioquímica subyacente (mensajeros, cadenas, etc), Escherichia coli puede valorar la disponibilidad de nutrientes en su entorno en relación con sus necesidades alimenticias y, asimismo, sopesar los posibles beneficios de tales nutrientes frente a los riesgos de eventuales toxinas.

        Acabo aquí con la esperanza de haber sabido contar de qué manera parece pensar una criatura microscópica como Escherichia coli, que según piensa está recordando. Y es que recordar e imaginar son dos caras de la memoria, que no sólo mira al pasado sino al futuro también. Ya lo decía Hesíodo en sus poemas, donde las Musas, hijas de La Memoria, cantan “lo que es, lo que será y lo que fue”.


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