jueves, 21 de noviembre de 2013

La Ermita de la Antigua y el Estanque de la Bruja.


          Llevaba ya varios años que quería conocer la vieja Ermita de la Antigua o de la Magdalena, en Carabanchel, pues aunque había hecho la mili en el Hospital Gómez-Ulla, que está muy cerca, no conocía su existencia y sólo supe de ella por primera vez no hace mucho tiempo, a través de libros y fotos. 

Ermita de la Antigua (foto AFM)

          Cuando por fin fui a verla una tarde, me encontré con una ermita precio-
sa en un  entorno lúgubre y desolado, junto a las ruinas de una vecina cárcel recién demolida, un cementerio, unos cuantos talleres de marmolistas con las cercas desvencijadas y varios descampados. No obstante, la belleza de la ermita, sobria y sencilla, y su magnífica torre merecieron la pena con creces.

Torre de la ermita de la Antigua (foto AFM)

          Tras la visita a la ermita, aproveché el rato de luz que me quedaba para buscar el último vestigio de la famosa quinta de Miranda, el Estanque de la Bruja, del que también tenía noticias pero no conocía aún. Me costó algún trabajo encontrarlo, pese a que estaba muy cerca, a la sombra de una arboleda, en un rincón del llamado Parque Eugenia de Montijo, una colonia de viviendas que allí se hizo sobre las ruinas de dicha quinta. 

           En las fiestas y fastos de esta quinta, en su época de mayor esplendor en el siglo XIX,  brillaron ante la sociedad madrileña la condesa de Montijo, María Manuela Kirkpatrick, y sus dos jóvenes hijas, Francisca y Eugenia, que luego serían duquesa de Alba y emperatriz de Francia, respectivamente.

Estanque de la Bruja, de la 
antigua Quinta de Miranda (foto AFM)

          Carabanchel es hoy un distrito más de Madrid, pero en tiempos remotos fue una “dulce perla” en sus cercanías, con un clima más benigno y con muchas fuentes de abundantes y exquisitas aguas, viñedos y huertas, lagares y molinos, que a partir del siglo XVII se convertiría en el lugar preferido de los madrileños para disfrutar de la naturaleza y donde, poco a poco, fueron construidas numerosas quintas de recreo de diversos tamaños, con jardines y arboledas, algunas de ellas verdaderos palecetes.





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