viernes, 26 de agosto de 2022

Dos soldados en lucha durante la batalla de Iso




Detalle de escena de la batalla de Iso. Restauración de la policromía del llamado sarcófago de Alejandro de la necrópolis real de Sidón (exposición Bunte Götter dioses de colores—; Vinzenze Brinkmann y col. Original en el Museo Arqueológico Nacional de Estambul. Marsyas / Wikimedia Commons).













miércoles, 27 de octubre de 2021

¿Irradian luz los ojos de los gatos?


Puente del Rey, desde Alexanderplatz, Berlín; grabado en acero, 1833.


                En el desarrollo de la fisiología sensorial, fue de gran importancia durante los años veinte del siglo XIX, el gran debate de prensa que se produjo en Alemania en torno a una polémica causa judicial sobre una agresión. El caso fue que un destacado ciudadano había sido atacado y golpeado de noche por un enemigo político, al que luego demandó por lesiones. En la causa, el juez preguntó al demandante que cómo pudo saber que fue el acusado quien le atacó, si la noche de los hechos, según había dicho en su declaración, fue tan oscura que no se podía ver ni la mano de uno mismo delante de la cara. «Fue muy sencillo, su Señoría», le respondió, «con el destello que se produjo cuando me golpeó en el ojo, reconocí fácilmente el malvado rostro del acusado». Esto creó una feroz discusión en los periódicos, que llegó a plantear si los ojos de los gatos podrían irradiar luz, por lo que Johannes Müller, que entonces era profesor de fisiología y anatomía comparada en Berlín, fue requerido como experto y realizó al efecto una serie de experimentos en el ojo y en el oído que le llevaron a formular, en 1826, su doctrina de las «Energías Nerviosas Específicas». Müller observó que el tipo de sensación, su calidad, dependía más del nervio específico excitado que de la naturaleza del estímulo, por lo que en el caso del ojo, concretamente, siempre se produce una experiencia visual tanto cuando el ojo es estimulado con luz como mecánicamente. Tal especificidad de las células y fibras nerviosas sensoriales— ha sido, desde entonces,  uno de los principios esenciales de la fisiología sensorial.


Yngve Zotterman, Introduction. En: Ainsley Iggo, Somatosensory System. Handbook of Sensory Physiology, Vol II. Heidelberg: Springer-Verlag; 1973. Pág. 1.


*****











jueves, 8 de julio de 2021

El bikini


 

Micheline Bernardini presentando el primer bikini el 5 de julio de 1946 (foto Getty).


El bikini era tan pequeño cuando nació —dos triangulitos para cubrir los pechos y otros dos, unidos por una cuerda, para la parte de abajo— que ninguna modelo profesional se lo quería poner, por lo que Louis Réard, su diseñador, contrató para la presentación a una corista del Casino de París, Micheline Bernardini, anunciando que el nuevo bañador resultaría tan explosivo como la bomba atómica que habían lanzado los americanos pocos días antes en el atolón de las Islas Bikini, de las que tomó su nombre.


*****











lunes, 7 de diciembre de 2020

El rubí del Príncipe Negro

 



El rubí del Príncipe Negro, en la cruz patada frontal de la corona imperial británica

(The Queen and Imperial State Crown, YouTube; detalle).



En el rubí del Príncipe Negro vaga encerrada el alma en pena del rey Bermejo de Granada, que era pelirrojo. Había ido a Sevilla con sus más fieles caballeros a ponerse en manos de Pedro el Cruel, casi a punto ya de perder Granada, acosado por el antiguo sultán que quería recuperar su trono, ayudado por el rey de Castilla, que era amigo suyo. (López de Ayala, 1779: 342).


Fueron con la esperanza de que el rey Don Pedro, al verlos a su merced,  tuviera piedad de ellos en un gesto de caballero y arreglara la situación de alguna manera. Y por si acaso fuera preciso para ganar su voluntad, se habían llevado de Granada una buena provisión de joyas del tesoro nazarita. (López de Ayala, 1779: 343).


Todos quedaron muy contentos con la buena acogida que tuvieron del rey al llegar a Sevilla, ya que enseguida aceptó buscar una solución y mandó alojarlos en la Judería. Pero cuando este supo que llevaban joyas se le despertó la codicia, les invitó a cenar a su casa y, una vez que hubieron cenado, cuando aún estaban asosegados á las mesas, que ninguno non era levantado’, los apresó y fueron registrados minuciosamente.

(López de Ayala, 1779: 343-345).



Patio de las Doncellas, Real Alcázar, Sevilla; grabado al aguafuerte, Norberto León Ríos, c.2015 (Amazon).


Les encontraron gran cantidad de aljófar perlas, piedras preciosas y sobre todo, al cachear al rey Bermejo, tres ‘piedras balaxes [balajes o  rubíes] nobles é muy grandes’, tan grande cada una como un huevo de paloma, que fueron entregadas a Pedro el Cruel, quien mandó encerrarlos a todos en las Atarazanas y dos días después ordenó decapitarlos. (López de Ayala, 1779: 346-347).



Arcadas interiores de las Reales Atarazanas, Sevilla (Julián Rojas. El País, 14/3/2016).




Al cabo de cuatro años, Pedro el Cruel, al ser depuesto por su medio hermano, Enrique de Trastámara, se fue a Burdeos en busca de ayuda militar del príncipe de Gales  —y de Aquitania—, Eduardo de Woodstok, hoy más conocido como el Príncipe Negro. En pago por su intervención le dio cierta cantidad de oro y plata, en monedas, y parte de  las joyas y piedras preciosas que se había llevado consigo; también regaló algunas a la mujer de Eduardo, la princesa Juana —La bella dama de Kent—, cuando estuvo en el Château d'Angoulême, que era entonces la residencia principesca.  (López de Ayala, 1779: 414, 419, 432 y 476; Estow, 1995: 230 y 232). Se cree que entre dichas piedras estaban las que había cogido al rey Bermejo en Sevilla.



Castillo de Angulema; autor desconocido, a.1840 (Wikimedia Commons).

 


Eduardo de Woodstok volvió a Inglaterra pocos años después, enfermo desde su campaña en Castilla y medio arruinado por sus gastos militares y la munificencia de su corte, tanto la de Burdeos como la de Angulema, y murió antes de que lo hiciera su padre. Se sabe que a su regreso llevaba consigo al menos uno de los grandes rubíes que le dio Pedro el Cruel, de los que había cogido al rey Bermejo y que sería luego conocido como el rubí del Príncipe Negro.



Recreación histórica del yelmo y corona de Enrique V, con el rubí del Príncipe Negro, bajo la cruz delantera (Alamy; detalle, modif.).



Con la llegada de la dinastía Lancaster al trono de Inglaterra, este preciado rubí fue montado en el yelmo real. Enrique V de Inglaterra lo llevó en la batalla de Agincourt (1415), donde el rubí habría desviado, según se dice, el golpe que le dieron cuando hacha en mano defendía a su hermano Humphrey, que había sido derribado durante el decisivo ataque inglés a la vanguardia enemiga. 



Yelmo usado por Enrique V en la Batalla de Agincourt, con la marca que dejó el golpe que recibió (Imgur). Este yelmo y la espada del rey en dicha batalla fueron expuestos en la Abadía de Westminster con motivo del 600 Aniversario de Agincourt.



También aparece este rubí en la coronación del muy joven Eduardo VI, en la que se usaron tres coronas distintas —la corona Tudor (futura corona imperial), la de San Eduardo Confesor, y una tercera, hecha para la ocasión—, que le pusieron sucesivamente el arzobispo de Canterbury y el duque de Somerset. En el florón delantero que adornaba la corona Tudor (ya descrita en un inventario previo de Enrique VIII) había sido engastado el rubí del Príncipe Negro.


Cuando, un siglo después, Carlos I fue destronado, Oliver Cronwell ordenó desmontar y vender las piedras preciosas y perlas de las coronas reales, y fundir su oro para acuñar moneda, aunque parte de ellas, incluido el rubí del Príncipe Negro, fueron recuperadas para el tesoro real en la siguiente década por Carlos II, para cuya coronación se hicieron nuevas coronas, que luego han sido a su vez renovadas con motivo de otras coronaciones.



Detalle de retrato de la reina Victoria luciendo la corona imperial, con el rubí del Príncipe Negro; Henry Pierce Bone, 1843 (Royal Collection Trust).



El rubí del Príncipe Negro se encuentra en la actualidad en la corona imperial de estado del Reino Unido Imperial State Crown—, embutida en la cruz patada central, encima del diamante Cullinan II.



Detalle de la Corona imperial del Reino Unido Imperial State Crown, en la que se aprecia el rubí del Príncipe Negro, en el centro de la cruz patada frontál (una de las cuatro que tiene la corona), sobre el gran diamante Cullinan II (Richard W. Hughes, Black Prince's Ruby / Lotus: new direction in GEM•ology). En su extremo superior esta piedra tiene un orificio, que sirvió originalmente para colgarla, tapado ahora con un pequeño rubí incrustado.



******


Sin embargo, el rubí del Príncipe Negro no es verdaderamente un rubí sino una espinela, confusión que ha sido muy común con esta clase de piedras preciosas durante mucho tiempo, ya que en Europa y hasta comienzos del siglo XIX no se ha sabido distinguir bien entre ambas, y el rubí y la espinela eran conocidos como balajes. Igual sucede con otras piedras preciosas, como el llamado rubí Timur, de la colección privada de la reina Isabel II, o el de la Corona Imperial de Rusia, que son asimismo espinelas.



Corona Imperial de Rusia (Richard W. Hughes, Black Prince's Ruby / Lotus: new direction in GEM•ology).




La palabra balaje significa rubí de color morado —rubí balaje— (Diccionario de la lengua Española, RAE) y procede de la voz balax. Según el arabista Miguel Casiri, los lapidarios europeos usaban la palabra balax para referirse a cualquier clase de rubí, mientras que los lapidarios asiáticos llamaban al rubí iacut, reservando balax solo para los rubíes que tenían el color de la granada, que eran los más apreciados iacut balxi—, llamados así bien por proceder de los montes Balachxios, en ‘los confines de la India‘, o por la palabra persa balaxi, que significa granado (Fernández Duro: 1889: 58, n.ª 19; López de Ayala, 1779: 562, n.ª 8; Stronge, 1996: 5). El profesor Biswas, del Instituto de Tecnología de la India, en Kanpur, afirma sin embargo que la palabra balax procede del sánscrito bala suryaka, donde bala significa primera mañana y suryaka, sol; por lo  tanto, el color de la espinela sería parecido al tono rosado del sol del amanecer (Stronge, 1996: 12, n.ª 2).




Espinela de Mogok, Pyin-Oo-Lwin, Mandalay, Birmania (Roger Wheaton, Pinterest).




La espinela es un mineral de óxido de magnesio y de aluminio (MgAl2O4), que cristaliza en el sistema cúbico, formando sobre todo cristales octaédricos, con una dureza de 7½ a 8 en la escala de Mohs, en cambio el rubí es de óxido de aluminio con cromo (Al2O3:Cr), cristaliza en el sistema trigonal y tiene una dureza de 9 en dicha escala. 


En su forma más característica y apreciada, la espinela es una piedra de color rojo púrpura, aunque puede ser azul, violeta, negra, verde, marrón, naranja o amarilla, cuando contiene algún mineral de transición (hierro, zinc, manganeso, cromo, etc.).


El rubí, a su vez, puede darse también en otros colores, según su composición química, aunque en gemología, por convención, solo se llaman rubíes los que son de color rojizo, mientras que los de cualquier otro color, incluido el rosa, son llamados zafiros; los rubíes más apreciados son los de color ‘sangre de paloma’.



  

El emperador Artabano IV es capturado por Ardeshir I en la Batalla de Hormizdagán (224 d.C.); en la imagen de la derecha, detalle de Ardeshir y su corona, con tres grandes espinelas. Libro de los Reyes, manuscrito iluminado del siglo XIV, (Melikian-Chirvani, The Red Stones of Light in Iranian Culture).



En la cultura irani, al menos desde la edad media, las piedras preciosas más admiradas eran las de color rojo, por su capacidad de evocar la luz que llena el cielo’ en el crepúsculo. La luz, como metáfora de lo divino en metafísica y de lo sublime en el arte, jugó un papel esencial en la percepción de las piedras preciosas, y los rubíes y las espinelas fueron las más deseadas y las más frecuentemente celebradas en la literatura iraní, desde la poesía persa y las crónicas históricas a los tratados gemológicos escritos en persa o árabe; la búsqueda de la luz tuvo un papel determinante en la percepción de las piedras preciosas. (Melikian-Chirvani, 2001: 77). 

 

Las ricas tradiciones literarias y científicas iraníes perfilaron la cultura cortesana de la India mogola (siglos XVI-XIX), donde el lenguaje oficial era el persa. Los emperadores mogoles coleccionaron piedras preciosas con avidez, especialmente las espinelas, que eran las más codiciadas, lo que debió ser favorecido por proceder de la región de Badakhshan (noreste de Afganistán y este de Tayikistán), en la antigua Transoxiana, el hogar de los ancestros mogoles la tierra natal del Gran Tamerlán o Timur. (Stronge, 1996: 5; Bycroft y Dupré, 2019: 268 y 276, n.ª 51).




 Detalle del tríptico El gran Sakhibkiran - El gran creador’, mural monumental de estuco en el hall principal del Museo Amir Timur, Tashkent, Uzbekistán, basado en una miniatura persa sobre la vida de Tamerlán; equipo Sanofi Nafis, 1996 (Muhammed İkbal Çakmak, Pinterest). Según la historiografía persa, Timur adoptó el título de sahib-qiran, el conquistador del mundo (Paskaleva, 2016: 40).




De allí se cree que deben proceder todas las grandes espinelas conocidas, entre otras la de la Corona Imperial de Rusia, el rubí Timur y el rubí del Príncipe Negro, que son excepcionales por su claridad y por su tamaño (399, 361 y 170 quilates, respectivamente).Las espinelas grandes y claras son verdaderamente raras fuera de Tayikistán. En los demás yacimientos importantes, en Mogok (Myanmar), Luc Yen (Vietnam), Mahenge y Matombo (Tanzania), Tsavo (Kenia) y Ocua (Mozambique), las espinelas claras de más de 30 quilates son increíblemente raras’. (Pardieu, 2019).



Rubí Timur (Richard W. Hughes, Black Prince's Ruby / Lotus: new direction in GEM•ology), que ni es un rubí ni ha pertenecido nunca a Timur, pues se trata de una espinela, como el rubí del Príncipe Negro, y el nombre deTamerlán no figura entre los emperadores que lleva grabados, como se ha creído erroneamente en el siglo pasado (Stronge, 1996: 5-12).



Cuando Ruy González de Clavijo estuvo en la corte de Tamerlán,  en Samarcanda, al frente de la segunda embajada que envió Enrique III de Castilla en 1403, tuvo noticias del lugar donde se sacaban los rubíes balajes, o espinelas, cerca de la ciudad de Balaxia, y sobre cómo lo hacían, según cuenta en su crónica del viaje Embajada a Tamorlán—. 


Estas minas de rubíes balajes o espinelas ya habían sido citadas  anteriormente por diversos exploradores árabes desde el siglo X, entre ellos Ibn Battuta (Hughes, 1994: 258), que a su regreso de Asia pasó una temporada en Granada, en 1350, donde conoció a Ibn Juzavy, al que encargaría escribir sus memorias, que debieron llegar enseguida a la corte de Pedro el Cruel en Sevilla, en la que estuvo en misión diplomática el gran estadista e historiador Ibn Khaldūn, que años después trataría personalmente con el propio Tamerlán, al que dio el título de Señor de la Conjunción (Moin, 2012: 26), y que era, a su vez, muy amigo de Ibn Zarzar, médico y astrólogo de Pedro el Cruel, Ibn Alfonso (Fischel, 1952: 35).



El rubí del Príncipe Negro, un cabujón de espinela que en la parte superior lleva

un pequeño rubí tapando un orificio (The Queen Opens Up On How Wearing

The Crown Could Break Her Neck, YouTube; detalle; modif.º).


*****





Bycroft, M., Dupré, S. (ed.), Gems in the Early Modern World: Materials, Knowledge and Global Trade, 1450–1800. Cham: Palgrave Macmillan; 2019.


Estow, C., Pedro the Cruel of Castile: 1350-1369. Leiden, New York, Köln: E.J. Brill; 1995


Fernández Duro, C.: La tabla de oro de Don Pedro de Castilla (1336). [Boletín de la Real Academia de la Historia,15: 52-65; 1889]. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.


Fischel, W.J., Ibn Khaldūm and Tamerlane: Their Historic Meeting in Damascus, 1401 A.D. (803 A.H.): A Study Based on Arabic Manuscripts of Ibn Khaldūm’s “Autobiography,” with a Translation into English, and a Commentary. Berkeley / Los Angeles: University of California Press; 1952.


González de Clavijo, R., Embajada a Tamorlan. Edición, introducción y notas de Francisco López Estrada. Madrid: Castalia; 1999.


Hughes, R.W.: The rubies and spinels of Afghanistan a brief history. Journal of Gemology, 24: 256-267; 1994. 258


López de Ayala, P., Crónicas de los reyes Castilla: don Pedro, don Enrique II, don Enrique III. Madrid: Antonio de Sancha; 1779.


Melikian-Chirvani, A.S.: The Red Stones of Light in Iranian Culture. I. Spinels. Bulletin of the Asia Institute, 15: 77-110; 2001


Moin, A.A., The Millennial Sovereign: Sacred Kingship and Sainthood in Islam. New York / Chichester: Columbia University Press; 2012.


Pardieu, V., Farkhodova, T.: Spinels from Tajikistan. The gem that made famous the word "Ruby". InColor, Summer: 30-33; 2019.


Paskaleva, E.S.: Commemorating Tamerlane: ideological and iconographical approaches at the Timurid Museum. The  Newsletter, 74: 40-41; 2016.


Stronge, S.: The Myth of the Timur Ruby. Jewellery Studies, 7:5-12; 1996.